Canetti. Los Celos
Transitando por los textos de Elías Canetti (1), me he encontrado con el siguiente párrafo referido a los celos y… algo más:
“Sin embargo, ¿qué decir de los celos? No puedo aceptarlos ni condenarlos, solamente puedo registrarlos. Formaron parte de mi naturaleza desde tan pronto que sería falso silenciarlos. Siempre se han presentado cuando una persona empezaba a importarme, y muy pocas no han tenido que sufrir por ellos. En mi relación con mi madre se desarrollaron con profusión y variedad. Me permitieron luchar por algo que era en todos los sentidos superior, más fuerte, más rico en experiencias y conocimientos, y también más desinteresado. Ni siquiera pensé en lo egoísta que era yo en esta lucha, y si alguien me hubiera dicho que estaba haciendo desdichada a mi madre, me habría sorprendido mucho. Era ella la que me concedía aquel derecho sobre ella. En su soledad se había unido estrechamente a mí porque no conocía a nadie que estuviera a su altura. Si hubiera tenido trato con un hombre como Busoni yo habría estado perdido. Yo estaba tan subyugado por ella porque se me confiaba por completo, me revelaba todas las ideas importantes que se le ocurrían, y la discreción con la que ocultaba algunas cosas debido a mi juventud era solo aparente. Me ocultaba tenazmente todo lo erótico, el tabú que ella había impuesto sobre este tema en el balcón de nuestra casa de Viena seguía vivo en mí como si Dios mismo lo hubiese proclamado en el monte Sinaí. Yo no preguntaba por ello, nunca mostraba interés, y mientras ella, con ardor y prudencia, me llenaba con todos los contenidos del mundo, aquello que hubiera podido confundirme quedaba excluido. Como yo no sabía lo mucho que los seres humanos sienten la necesidad de esta forma de amor, no imaginaba que a ella pudiera faltarle. Ella tenía entonces treinta y dos años y vivía sola, y a mí eso me parecía tan natural como mi propia vida. A veces cuando se enfadaba con nosotros, cuando la decepcionábamos o la irritábamos, decía que estaba rectificando su vida por nosotros, y que si no lo merecíamos, nos entregaría a la mano fuerte de un hombre que nos enseñara a comportarnos. Pero lo que yo no comprendía, lo que no podía comprender, era que en esos momentos ella pensaba en su vida de mujer solitaria. Yo veía que nos dedicaba mucho tiempo cuando de buena gana habría estado siempre leyendo (2).
Aún hoy le estoy agradecido por este tabú, que en la vida de otras personas provoca con frecuencia las más peligrosas reacciones adversas. No puedo decir que me ayudara a conservar mi inocencia, pues en mis celos yo era todo menos inocente, pero sí a conservar la frescura y la ingenuidad para todo lo que deseaba saber. Aprendí de las maneras más diversas, sin sentirlo jamás como una obligación o una carga, porque no había nada que me hubiera atraído más o me hubiera desasosegado en secreto. Todo lo que venía hacia mí echaba raíces sólidas, había cabida para todo, nunca tuve la sensación de que me escamoteasen nada, al contrario, me parecía que me lo ofrecían todo y yo solo tenía que cogerlo. En cuanto lo poseía empezaba a relacionarse con otras cosas, se unía a ellas, crecía, creaba su atmósfera y reclamaba más cosas nuevas. Eso era la frescura, que todo tomara forma y nada se sumara simplemente. Lo ingenuo era, quizá, que todo permaneciera presente, la ausencia del sueño.
Un segundo bien que mi madre me hizo durante aquellos años compartidos en Zúrich tuvo aún más consecuencias: me ahorró cualquier tipo de cálculo. Nunca le oí decir que hubiera que hacer algo por razones prácticas. No se hacía nada que pudiera ser <<útil>> para uno. Todas las cosa que yo quisiera aprender eran igualmente legítimas. Me movía al mismo tiempo por cien caminos sin tener que oír que este o aquel era más cómodo, más convincente o más lucrativo. Lo que me importaba eran las cosas en sí y no la utilidad que pudiera extraerse de ellas. Había que ser exacto y escrupuloso y defender una opinión sin hacer trampas, pero había que dedicar esa escrupulosidad a la cosa misma y no a la utilidad que de ella pudiera extraerse. Apenas hablábamos de lo que haríamos algún día. Lo profesional se situaba a tal punto en un segundo plano que todas las profesiones estaban abiertas. El éxito no significaba que uno medrase personalmente, el éxito o beneficiaba a todos o no era éxito. Me resulta incomprensible que una mujer de su ascendencia, consciente del prestigio comercial de su familia y llena de orgullo por él, pudiera tener esta libertad, desinterés y amplitud de miras. No puedo sino atribuir a la conmoción que le produjo la guerra, a la compasión por todos los que perdían en ella a sus seres queridos, el que de pronto dejara atrás sus límites y se convirtiera en la caridad en persona para con todos los que pensaban, sentían y sufrían, dando prioridad a la admiración por el luminosos proceso del pensamiento capaz de manifestarse en cada cual.
Una vez la vi desconcertada, es mi recuerdo más callado de ella y la única vez que la vi llorar en la calle, pues normalmente se dominaba demasiado como para perder la compostura en público. Íbamos paseando juntos por el Limmatquai, yo quería enseñarle algo en el escaparate de Rascher. En ese momento nos salió al encuentro un grupo de oficiales franceses con sus llamativos uniformes. Algunos tenían dificultades para andar, los otros se acomodaban a su paso, nosotros nos quedamos parados para dejarlos pasar lentamente.
-Son heridos graves -dijo mi madre-, están en Suiza para recuperarse. Los intercambian por alemanes.
Entonces desde el otro lado, se acercó un grupo de alemanes, entre ellos también algunos con muletas, y los otros disminuyeron el paso para adaptarse a ellos. Aún recuerdo el susto que me paralizó: ¿qué sucederá ahora, se enfrentarán los unos con los otros? Debido a nuestra turbación, no nos apartamos a tiempo y nos hallamos de pronto encerrados entre los dos grupos, que querían pasar uno junto a otro. Estábamos bajo los soportales y sin duda había sitio suficiente, pero pudimos ver muy de cerca sus rostros, cómo se cruzaban lentamente. Ninguno estaba distorsionado por el odio o la ira, como yo esperaba. Se miraron con expresión tranquila y amable, como si no sucediera nada, algunos hicieron el saludo militar. Caminaban más despacio que la otra gente y transcurrió una eternidad, según me pareció, hasta que los dos grupos acabaron de cruzarse. Uno de los franceses aún se volvió, alzó su muleta, la agitó un poco y gritó a los alemanes que ya habían pasado: <<Salut!>>. Un alemán que lo oyó hizo lo mismo, también él llevaba una muleta, la agitó y devolvió el saludo en francés: <<Salut!>>. Al oír este relato podría pensarse que las muletas fueron sacudidas con aire amenazador, pero no fue en absoluto así, aquellos hombres se mostraban a modo de despedida lo que les quedaba en común: las muletas. Mi madre se había subido a la acera, estaba delante de un escaparate y me daba la espalda. Vi que temblaba, me acerqué a ella y la miré tímidamente de soslayo, estaba llorando. Hicimos como si contempláramos el escaparate, yo no dije una sola palabra, y cuando ella se serenó volvimos a casa, en silencio, y nunca, tampoco más tarde, hablamos de aquel encuentro.”
(1) Elías Canetti. La lengua salvada. Obra completa 3. Debolsillo. Segunda edición. Septiembre 2012, Págs. 244 y sigs.
(2) Todas las cursivas y entrecomillados que aparecen en el texto son de Elías Canetti.
Notas biográficas sobre Elías Canetti, tomadas de la misma edición:
1905
25 de julio: nace Elías Canetti en Rustschuk, Bulgaria, en el seno de una familia de judíos sefardíes. Su lengua materna es el ladino y habla igualmente el búlgaro. Sus padres Mathilde Arditti y Jacques Canetti, que se habían conocido en Viena, hablan alemán entre ellos. Canetti será el primogénito de tres hermanos: los otros dos son Nissim (1909) y Georg (1911)
1911
En junio la familia se instala en Mánchester, Inglaterra, adonde acude el padre de Canetti para trabajar como socio en el negocio de uno de sus cuñados, una empres de exportación de productos de algodón de Lancashire a los Balcanes.
El inglés se convierte en su lengua de expresión. Canetti lee en inglés algunos de los clásicos universales (Las mil y una noches, Don Quijote, Robinson Crusoe, etc.) en los volúmenes de una colección juvenil que le regala su padre.
1912
El 8 de octubre muere súbitamente Jacques Canetti, el padre de Elías, a la edad de 30 años.
(Doy un salto en el tiempo)
1971
Muere en Paris su hermano menor, Georg, investigador en el Instituto Pasteur.
Trabaja en sus memorias de infancia, que había empezado a redactar para su hermano Georg y que constituirán el primer volumen de su autobiografía, La lengua salvada.
Se casa con la historiadora de arte Hera Buschor.
Reside largas temporadas en Zúrich, donde se establecerá definitivamente en 1988.
(Doy otro salto)
1994
La noche del 14 de agosto Canetti muere mientras dormía en su casa de Zúrich a los 89 años.
Aparecen póstumamente los apuntes reunidos en Hampstead, cuyo manuscrito había llevado él mismo en primavera a la editorial.
Nota final: La lectura de este libro de Canetti, es, a propósito de la mención que se hace de él en: Memoria y espanto o el recuerdo de infancia. Néstor A. Braunstein. México: Siglo XXI, 2008.- (Psicología y psicoanálisis). Remito al lector a este texto de Braunstein, para profundizar en las consideraciones psicoanalíticas que se hacen en él sobre Canetti, así como sobre escritores tales como: Cortázar, García Márquez, Virginia Wolf, Nuria Amat, Perec, Leirís y otros.