Las desaveniencias conyugales y la metáfora paterna
Con el nombre de metáfora paterna, Lacan quiso referirse a la intervención del padre al respecto de la separación simbólica que debe operarse entre madre e hijo (utilizo hijo en genérico lo que quiere decir es que es aplicable tanto a hijos como a hijas).
Esta separación simbólica no significa otra cosa que, que la madre y el hijo lleven cada uno por su lado una vida independiente. En otras palabras, que independicen sus deseos. Que la madre no sature su deseo en el hijo y viceversa.
Esto, que parece tan sencillo, requiere no sólo tiempo sino intervención.
La metáfora paterna es así una operación. Una operación que se deriva de una intervención. Esta diada madre-hijo necesita la intervención de un tercero para que no se perpetúe (el padre- su metáfora) Tan necesaria es para la madre como para el hijo (este “hijo” sigue siendo el término usado en genérico) y el que no tenga lugar tiene consecuencias funestas para ambos.
Esta operación, que en cada caso se lleva a cabo en la medida de lo posible, no es más que el resultado de una cadena.
Cada hijo cuando es padre o madre (distinguimos las funciones paterna y materna, pero la madre además de ejercer las funciones propias de la madre, puede ejercer también y de hecho lo hace, la “función padre”. Como los padres pueden y de hecho lo hacen ejercer las funciones maternales, aunque gestar, parir y amamantar sea exclusivo de las mujeres) repite con más o menos conciencia los patrones aprendidos de sus padres.
Para que tenga lugar esta operación, en algún momento de la cadena ha tenido que llevarse a efecto. Así una mujer en cuyo ánimo la “metáfora paterna” haya operado, sabrá que su hijo no es para ella. Al mismo tiempo que sabe esto, sabe también que el padre de su hijo tiene que tener un lugar en el campo de su deseo y que ella tiene que concedérselo y respetarlo (cuantos hombres se quejan de que sus mujeres a partir de quedarse embarazadas, ellos desaparecieron del mapa).
Hay parejas en las que éste “lugar del padre” o está vacío o está ocupado por una madre que impone su ley, pero que no es la ley que propicia esta separación simbólica sino que perpetúa la diada funesta madre-hijo. Algunos padres se desentienden y dejan a la madre que “haga y deshaga” hay otros que lo intentan una y otra vez pero no lo consiguen, en fin, hay muchas modalidades de pelea. La desavenencia está servida.
Es muy común escuchar la queja de la madre dirigida al hijo (a los hijos) de que el padre es insuficiente para ella. Esta insuficiencia se expresa de muchas maneras y con muchos matices. Por ejemplo que él no la comprende que no la hace caso que no la quiere y un largo etcétera. El hijo (los hijos) entonces se pregunta, “si tan malo es este hombre, qué habrá visto en él y porqué me habrán tenido”. Hay niños que, sin saberlo, se echan la culpa de que sus padres “se lleven tan mal” y eso para ellos es una fuente de angustia. El hijo, puede que no se haga estas preguntas y se limite a tomar partido por uno de los dos y lo defienda ante el otro o trate simplemente de reconciliarlos. También puede ocurrir que el hijo se retraiga que se aísle y que tenga dificultades para las relaciones sociales. Otro sinfín de modalidades que constituyen otros tantos síntomas.
Esta operación metafórica, que tiene lugar en el campo de lo simbólico, que constituye la función paterna requiere un tiempo. A veces el tiempo de un análisis.
Para el hombre (y en este caso sí me refiero a los varones) las consecuencias de que esta función haya sido ejercida con un cierto desfallecimiento son igualmente funestas. Si la separación simbólica necesaria entre él y su madre no ha tenido lugar, le será muy difícil admitir a su lado a una mujer sin pasarla por el tamiz de la comparación. No habrá para él una mujer que guise como su madre o que organice la casa tan bien como ella. O que eduque a sus hijos como ella lo hizo cuando fue madre y los sacó adelante, y otro largo etcétera que pronto será el campo de cultivo de las desavenencias.
Las desavenencias conyugales son el teatro de operaciones de una “función paterna” mal ejercida. En él tienen lugar todas las descalificaciones provenientes de la lucha soterrada por mantener la diada madre-hijo contra esta intervención de un tercero, el padre, “su metáfora”. Los contendientes son los integrantes de esta triada que está por lograrse. A la que necesariamente hay que advenir. Padre, madre, hijo. Lacan introduce un cuarto término, el falo, del que hablaremos en otro lugar.
Es casi innecesario añadir que en la medida en que esta función padre se ejerce con un cierto “éxito” el teatro de opresiones es completamente distinto. La pareja se sustenta en otros parámetros que no son los de la descalificación mutua permanente. Los hijos lo notan para bien. Pero también hay que decir que no hay pareja perfecta ni familia ideal. Pero se puede vivir de otro modo.