El niño y su ludión

El niño y su ludión

Barcelona 27 de junio de 2014

El texto propuesto para el encuentro de hoy es: El niño y su ludión. Escrito por Jacques Nassif (se adjunta más abajo)

Diablillo de Descartes-Ludión
Ludión

Pequeño aparato-juguete-experimento de física cuya finalidad, entre otras, es demostrar la compresibilidad del aire (y la incompresibilidad del agua). Su funcionamiento es sencillo: en un recipiente casi lleno de agua cerrado con una membrana, flota un recipiente más pequeño, abierto por uno de sus lados, lleno de aire, que es el ludión; al presionar la membrana, aumenta la presión dentro del recipiente mayor y el agua transmite la presión al aire dentro del ludión, que por lo tanto se llena de agua y se hunde; cuando la presión vuelve a la normalidad, el aire dentro del ludión se descomprime y expulsa el agua, por lo que vuelve a flotar. En los modelos más elaborados, a la ampolla flotante se le cuelga una figura, de forma que al hundirse y flotar la figura parece bailar dentro del recipiente. De allí su nombre: del latín ludio-ludionis: histrión, bailarín. Aunque se suele llamar Ludión o “diablillo de Descartes”, debido a que se atribuye vagamente su invento al filósofo, se trataría de una falsa atribución dado que el principio físico que se verifica es incompatible con la teoría cartesiana de horror vacui. En algunos textos del siglo XIX se da por inventor del Ludión a Otto von Guericke.(1)

La cosa más extranjera al sujeto es su propio cuerpo. La retroacción es la capacidad del ser humano de que su percepción corrija su acción. Antes de esto es lo que hace con su voz-el balbuceo-es precisamente una retroacción. Es por eso que es tan importante el nombre-que es la primera palabra que se oye. Yo, tal y como me nombran.

Otros dos textos que se proponen sobre la marcha son:
Crónica de invierno: Paul Auster (texto autobiográfico)
El animal que luego estoy si (gui) endo: Jacques Derrida

Y a continuación pasamos a leer y comentar el texto de Nassif. (Los comentarios no están recogidos)

Texto de Jacques Nassif:

El niño y su ludión (2)

Tan presente y tan atenta que quiera ser una madre o que se demuestre serlo un padre, la condición de un niño cuando viene a luz es de nacer inerme y solo.

Ningún animal nace tan prematuro, tan poco acabado, tan expuesto. Ahora bien, lejos de pasar desapercibida por él, esta condición es una cosa de la que se entera el recién nacido: el crío humano es el único animal quien, al vivirse tan radicalmente solo cuando aparece en la tierra, siente la falta de otro, de ese otro cuya presencia haría que no se sentiría más solo.

El mundo donde viven los animales está, al contrario, lleno de la falta de esta falta. El cuerpo de un animal pertenece enseguida a su entorno, al compartirlo con los de su mismo género, o con los predadores temidos: amigos o enemigos, los otros animales, e inclusive el hombre, nunca lo dejan solo.

Estos otros, sabe prever sus actuaciones y recordarse del peligro que representan, les mira y se sabe visto mirando, les habla a su manera y los contesta, puede manifestarles su sufrimiento e inclusive expresarles su miedo de morir. Sabe identificar su olor y descifrar sus huellas y, cuando deja él mismo algunas, hasta puede borrarlas.

En cambio, la única experiencia de la que está radicalmente privado u exento es la de esta soledad que sufre el niño, a partir del momento en que esta bolsa donde estaba encerrado se ha desgarrado perdiendo su líquido, se ha involucionado como un guante para dejarle pasar a través de una cavidad muy estrecha, más allá de la cual lo que le espera es el vacío, la sorpresa de la ausencia de todo límite alrededor de su cuerpo.

El nuevo otro que va a manifestarle su presencia es el aire, esta cosa ajena y desconocida que invade sus pulmones y que, al atravesar su garganta, activa su laringe y provoca su primer grito. Dicho de otra manera, mientras que se vivía antes como un ser presionado, lo que le va a tocar ahora es de hacer la experiencia de la diferencia de presión entre agua y aire.

Encerrado en el líquido que lo rodeaba hasta entonces y cuya incompresibilidad bien conocía, va de repente a poder jugar con la compresibilidad superior de esta columna de aire que lo ha atravesado. Es así como en el mismo tiempo en que nace un crío humano, nace con él su ludión, este juguete que se constituye sin más a partir de esta diferencia de presión entre agua y aire.

Por cierto, se vive como caído, pero comprueba que su cuerpo puede estar subido en el aire, sin enterarse por la fuerza de qué o quién, de tal manera que es con ese ludión que va a vivir los primeros instantes de su vida, un ludión que entonces convierte en ese otro primordial con el cual va a poder llenar el vacío de su soledad, o alucinar su no soledad.

Pero es a partir del foro (3) vacío de esta soledad que va a ponerse en marcha su capacidad de far (como lo dice la etimología de su estado de in-fante), o sea de hablar en latín, y lo hará aprovechándose de la concomitancia de este movimiento de subida en el aire, ya que no está más obstruido por el agua que le impedía además de oírse.

sde el origen entonces, se encuentran ser dos : el cuerpo, lo subrayo, pero a su lado esta capacidad de oír su grito que lo acompaña, el cuerpo del viviente sumándose así con el fante que es su otro : de tal forma que toda su vida no podrá eludir la necesidad de decir que es el cuerpo que tiene, incluso si le es más extranjero que su compañero, el ludión con el cual se ha emparejado desde el inicio y que ha tenido que crear para consolarse de ser ajeno a todas las necesidades que le imponía el tener que vivir en su cuerpo.

Se entiende así que extiendo el uso de esta palabra más allá del marco donde tiene su sentido propio: el de las experiencias de física divertida, para designar con ella todos estos remedios a la melancolía que es propia al crío de hombre, en tanto marcado desde el origen por la pérdida de ese otro al cual todos los demás animales se saben ligados, mientras que a él, ese otro falta radicalmente.

El duelo de tal otro, le toca hacerlo, por así decir en 24 horas, como uno se comprometía hacerlo, antes de la guerra, en estas tiendas donde se proponía el remendar de los calcetines y las medias agujereados. Y si no logra hacerlo suficientemente rápido, ¡peor para él! La vida no va a serle muy grata… Salvo si sabe servirse de los ludiones que se ponen enseguida a su disposición.

Y el primero pertenece sin duda a la clase de todos estos animales que no padecen como él de la falta de otro, que no son, como nosotros, “ani-mu4” y a los cuales no dejará de soñar que puede identificarse, e incluso, si y cuando se agudiza la melancolía, metamorfosearse en ellos, volviendo a encontrarse, por ejemplo, en el cuerpo de un lobo o de una pantera –y la lista no está cerrada: en una cucaracha, ¿por qué no?, gracias Kafka… Pero, de todas formas, ven que aludo aquí a la tentación, siempre presente, del autismo, lo que es todavía otra cosa, por cierto.

Pero mejor vale no llegar enseguida al extremo de estos sujetos que se proponen, sin ningún estado de ánimo, hacer animaladas o hacerlo todo como lo harían unas bestias –como se lo imaginan, siendo ellos mismos verdaderos cerdos. No, las bestias valen más que los hombres…

Dentro de este grupo de los hombres o mujeres asimilados o asimilables a animales, el niño escoge sin embargo uno u otro a quien piensa que su impotencia y desnudez van a despertar su piedad o su empatía. Quizás esta o este no hayan tapado todavía la “boca de sombra” (5) y pueda entonces recordarse de donde viene y sale.

Al haber percibido así que esta persona ha podido antaño conocer la falta que lo afecta, le va entonces a dirigir su grito hasta que esa otra forma de otro satisfaga por lo menos lo que imagina ser sus necesidades. Pero la capacidad de desempeñar ese papel es efímera ya que “la vía que sube y la que baja, como lo dice Heraclites, es la misma y única”. Y un ludión no sirve sino para demostrar que la diferencia entre lo grande y lo pequeño se reduce finalmente a una diferencia de altitud, de tal forma que, más tarde o más temprano, la rueda gira : los ancianos saben hoy en día a qué punto los extremos se tocan.

La tercera especie de ludiones, ya que se trata de un artilugio de la física, es tan material como los demás: consiste en manipular, desde cuando el niño pueda hacerlo, la estofa de las cosas, un objeto del entorno, un trozo de algo empapado de olor, un pedazo de ropa, en resumidas cuentas: un rudimento de la presencia del otro deseado que va a estar confeccionado muy tempranamente.

Pues se trata de la primera herramienta, y la más indispensable que un niño pueda inventar, incluso antes de poder quedarse de pie. Digamos que es para él una forma de bastón que lo sostiene sobre la tierra más sólida, la de lo simbólico. Para lograr plasmarlo, necesita nada más hacerse capaz de despedazar, de cortar, incluso sin dientes, de partir y de saber guardar lo que ha conseguido aislar, demostrando que no se puede privarle de esta primera e irrisoria propiedad.

Si consigue agarrarse a esta cosa partida, la partida, es el caso de decirlo, está ganada ya, incluso si, con esta conquista, se trata del primer elemento de toda la serie de estos consoladores que son meros señuelos, pero que logran darle las ganas de seguir.

Pues puede por lo menos contar con ellos, ya que la ayuda que le proporciona su primer acompañante en esta etapa de su vida va a consistir en darle otros objetos que son señuelos de la misma índole: peluches y muñecas, ositos y juguetes, pero más que nada el más seductor de todos: su imagen en el espejo, tan alabada por el otro, si y cuando el niño se reconoce en ella.

Ahora bien, tal es la regla de todos estos ludiones: utilizarlos puede tener las peores consecuencias, pero prescindir de ellos puede también llevar a algo todavía peor. Es esa regla que eluden la mayoría de los psicólogos, convirtiéndose a pesar suyo en ortogenistas cuando describen estas etapas como los estadios de un desarrollo que iría de conquista en conquista.

Más vale hacerlas, claro está, ya que se compruebe que estructuran a un sujeto, como se expresan ellos mismos, evitándole quien sabe qué insanias, para utilizar una palabra fuerte que disimulan ellos bajo toda forma de vocablos pretendidamente clínicos que son eufemismos peores.

De allí se desprende que valdría más para un sujeto que, si quiere estar más armado en la vida, se sirva de estos ludiones como si creyera en ellos, pero para poder mejor pasarse de ellos, al desengañarse utilizándolos. Pues ¿no es enseguida lo deseable con esta imagen especular, incluso si su víctima está tan alabada por haber recurrido a su fascinante señuelo, ya que constituye el colmo de la alienación?

Pues lo seguro es que esta imagen le hace reanudar con la experiencia originaria: el riesgo incurrido de convertirse en una sombra, reactivando así el miedo a morir que ha sido tan prevalente a la hora de nacer. De hecho ¿no puede esta imagen tan consoladora transformar a uno mismo en el fantasma que es, si la hace existir como supliendo al cuerpo mismo?

Por otra parte, el mundo de esos otros que lo rodean ¿no está constituido por espectros, dado que el número de los muertos es más importante al fin y al cabo que el de los vivos? Más que nada si se añaden a esa tropa todos estos vivientes que, llevando una existencia de fantasmas –sea porque es lo único que le es otorgado y que se les impone sea porque se han determinado a desearlo por ellos mismos– son muertos ya, dando a comprobar que su cuerpo, al ser más el de muñecas, ha olvidado que pertenece al reino de los vivos.

Así el doble y el fantasma forman parte de los ludiones de lo imaginario a los que el niño no puede sustraerse o evitar de vincularse si no quiere consumirse en la soledad. El caso es sin embargo que le provocan ellos mismos unos sustos importantes, esos señuelos invadiendo su vida y acabando por quitarle su capacidad de expandirse en el espacio dejado libre a los «caminantes del aire», como los designa el poeta.

Ahora bien ¿qué hace una persona sola cuando tiene miedo y que siente algo fuera de ella que intenta quitarle las ganas de vivir? Pues silba o canta, ¿verdad? Busca llenar el vacío de su entorno con sonidos emitidos por su propia voz. Y adviene así un momento de gracia en la vida de este desgraciado, que pone un fin a la tensión sufrida antes y se presenta como tan constituyente como los momentos anteriores.

Se trata de esta etapa donde se observa que el niño se divierte sosegado por su propio balbuceo y se deja oír explorando con su voz el universo de los sonidos, ocurriendo eso antes de que le vengan las ganas de imitar los sonidos que escucha de la lengua hablada alrededor suyo.

Ese balbuceo no es sin embargo la lengua adámica hablada antes de la dispersión babélica: pues el pequeño hombre dista mucho de tener en todo caso nostalgia, como los grandes, de volver atrás en este camino hacia lo que sería un paraíso perdido. No, la música de la voz que se abre un camino tras vocales y consonantes, incluso si se consigue afinarla jugando con ella, no es del mismo orden que el canto del ruiseñor. Viene de ese Otro, él, verdaderamente ausente desde el inicio, que ningún ludión puede suplir y que se reincorpora en la lengua ajena al cuerpo.

En cambio, interviene aquí un nuevo ludión que es la quintaesencia de una máquina, ya que, mediante el juego del balbuceo, lo que se pone en marcha en el cerebro es una retroacción que va a saturar todo el dominio de lo oíble escuchado y que tiene como fin de permitir que se identifique una palabra aislada en el tejido complicado de las frases, cuando estas están dirigidas a un supuesto creador de sentido, de tal manera que pueda, repitiendo esa palabra, dar a conocer que ha entendido su intención.

Pero, como eso ocurre en el caso de cada uno de los ludiones que se le propusieron o a quienes pudo recurrir, lo que gana de un lado le hace perder del otro lado el dominio con el que contaba. Pues no acaba de entender que una palabra quiere decir una cosa y he aquí que se encuentra con la desgracia de comprobar que esta misma palabra quiere decir otra cosa, de tal manera que eso le da sin parar la impresión de chocar con las paredes del lenguaje, como si, en vez de agregarle al universo de un discurso, se intentara mentirle con el lenguaje mismo y engañarlo con su ayuda, cuando no es para burlarse de su cándida ingenuidad.

Para ponerse a salvo de todos los equívocos que pueden, sólo hablando o hablando solo, hacerle resbalar y fallar en todos sus intentos de comunicar, tocará al niño hacer el esfuerzo añadido de aprender a contar, un progreso al que no puede acceder sino con la ayuda de sus dedos, pero que consigue conquistar al mismo tiempo en que se dedica a aprender lo que es el lazo social, integrándose en su mundo al valorizar sus heces, casi en el acto en que debe desvalorizarlos.

En este periodo de retener y ofrecer los bastones fecales para después tirarlos y desecharlos, que es el más paradójico de todos, la sociedad impone al niño esta limpieza (propreté) que se convierte en condición de la propiedad (propiété), poniendo entre sus manos que no desdeñan jugar con ellos, unos bastones que se van a convertir en una verdadera varita mágica.

Es con la deyección que va a obtener la biyección de un intercambio entre bienes y servicios con el mutuo respeto por el valor de la propiedad o atribución de los mismos. Pero lo más gracioso es que, con este último ludión de la serie, se cierra el círculo, ya que hará falta reencontrar la soledad para jugar con él, haciendo sus necesidades, sin que lo que sale del cuerpo para atestiguar de su dominio sea compartido con otros, evitando utilizar estos heces para marcar los mojones de un territorio como lo hacen las bestias de las que hemos partido.

El olor que sube o el excremento que cae nunca se han utilizado para confeccionar un ludión, ya que se pertenecen el uno al otro para cada cual y no se distinguen para su hacedor sino para los demás a quienes el primero importuna y el segundo disgusta. Es cuando ha intervenido un largo circuito de transmutación y de conversión, o sea cuando el dinero ha conseguido quitar todo olor a estos desechos, logrando atestiguar del valor de este no-valor y asestar el poder que confiere su acumulación, que se concretiza la existencia de este último ludión, la tercera forma de muñeca que es, después del Golem y del fantasma, la mandrágora, este artilugio mágico que facilita la ascensión social mediante la industria y la financia.

Pero ¿qué queda del cuerpo vivo, al final de todo este recorrido por la serie de los ludiones y una vez pasado de remedio en remedio a la melancolía incurable del ser humano, hasta llegar al colmo de este retorno a la soledad del retrete que debe al fin y al cabo ser reivindicada como protección suplementaria para asegurar que ni el pudor ni la vergüenza resulten perjudicados?

Se entiende mejor porqué Freud ha tenido que reencontrarlo en el ejercicio que calificó (6) de “perverso polimorfo” de una sexualidad infantil que consigue levantar todo pudor y toda vergüenza, o sea que logra escapar a la represión consecutiva a la conquista de esta primera soberanía, pero que acarrea a la vez el secuestro del cuerpo y de todas sus funciones.

Es así que un nuevo discurso se inventa a partir de lo que permite describir del funcionamiento de una pulsión, distinguida del instinto de los animales, exhibiendo los circuitos bizarros que caracterizan el despliegue de su fuerza y que ningún objeto logra satisfacer, pero cuya meta puede todavía estar inhibida.

Pero ¿no es a esa pulsión que se confía la misión de contrarrestar la potencia de la represión, en la medida en que ella sigue teniendo su fuente en este cuerpo tan relegado y olvidado por detrás de todos estos ludiones que han buscado sosegarlo y suplir sus necesidades?

El que no se asustaría del desencadenamiento posible de estas pulsiones, al dar a ese cuerpo “un beso de amor verdadero”, como se expresa la buena hada del cuento de la bella durmiente, ¿no es ese Otro que lograría despertar al cuerpo? La cuestión se plantea por lo menos aquí.

Texto escrito en Font Romeu entre el 11 y el 13 de junio de 2014.
Y traducido del francés por su autor: Jacques Nassif

(1) Esta nota es una adición posterior, añadida al completar los apuntes. Nota tomada de: Exploratorio latinoamericano de poéticas/políticas tecnológicas.

(2) En el DRAE se puede leer: «Ludión. (Del lat. ludio, ludionis, juglar, por la figurita que suele ponerse de lastre) m. Aparatito destinado a hacer palpable la teoría del equilibrio de los cuerpos sumergidos en los líquidos. Es una bolita hueca y lastrada, con un orificio muy pequeño en su parte inferior, por donde penetra más o menos cantidad de liquido cuando se sumerge en agua, según la presión que se ejerce en la superficie de esta.»

(3) (NdT) Juego de palabra intraducible entre “for” (foro) y “far” (hablar).

(5) (NdT) La “bouche d’ombre” es, para los poetas Víctor Hugo o Arthur Rimbaud, la puerta cerrada de esta cercanía con la fuente del Otro…

(6) Mostrándose así, por el empleo mismo de ese término, buen discípulo de Krafft-Ebbing, pero otorgando precisamente al psicoanálisis de cortarse de los requisitos de la psiquiatría normativante.

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