Traducción de Ricardo Diaz Romero revisada por J. N.
Alessandra Guerra: La entrevista de hoy versará sobre la clínica psicoanalítica. La palabra “clínica” evoca principalmente al discurso médico, desgraciadamente, en todos los casos en Italia. Sería preciso, en efecto, conseguir dar a esta palabra su apertura. Por cierto, existe la clínica médica pero existe también la clínica psicoanalítica; ¡y no se trata de la misma cosa ¡
Jacques Nassif: Lo he tomado en cuenta, es exactamente de eso que quisiera hablar. Es directamente cuestión de esta diferencia entre la clínica médica, el concepto de Clínica, y lo que introduce la Práctica del psicoanálisis… Y voy a ser conducido a oponer, en el marco del psicoanálisis, clínica y práctica, para constatar que ellas son casi incompatibles.
¿Qué es la clínica? ¿A cuándo se remonta ese verdadero mito de la clínica? Resulta actualmente que se sabe cómo los médicos, a fines del siglo XVIII, han forjado el mito de algo que estaba supuestamente allí desde siempre, pero que aún no había logrado ser correctamente nombrado. Ellos pretendieron que se las veían con algo innombrado que desde siempre estaba allí. Y de este modo habría venido entonces al ojo experto del médico o del psiquiatra: Tomemos por ejemplo a Lasegue, quien describe la Anorexia mental en 1856. Siempre hubo jovencitas como esas, pero ese gran practicante de la psiquiatría moderna describe con todos sus detalles a los síntomas que permiten reconocer a una entidad clínica que existía desde siempre pero cuyo nombre no se sabía. Él aísla la cosa y le da un nombre: anorexia mental.
Es un psiquiatra francés de la gran época de la descripción clínica ; y es en ese baño de clínica, tal como lo recuerdo aquí, que Freud encuentra al clínico por excelencia, Charcot, quien proclamaba siempre, al decir de Freud, que retoma a menudo esta frase : “¡ La teoría, es buena, pero ella, a eso, no le impide existir ¡”. Y es bien a comienzo del psicoanálisis que él fue inducido a oponer así la teoría con la clínica, lo que no pudo dejar de hacer que el psicoanálisis quede marcado de un modo indeleble.
En Francia tenemos un libro monumental de Foucault: que se llama Nacimiento de la clínica, que supongo traducido al italiano. Este libro es insoslayable, pues explica muy bien la preeminencia de la mirada en este asunto, y una mirada que hace que las palabras se adecuen a las cosas que se ven, a las que se ha hecho disponible, como si las cosas mismas estuvieran, en fin, dispuestas para dejarse ver.
Pero un paso más está planteado, constatando que lo que estas cosas ofrecen a una mirada tal, finalmente formada, y por un discurso: el de la anatomía y de la fisiología derivada de dos siglos de disecciones obstinadas de los cadáveres, es su forma, y solo ella, y resulta así que de golpe esta forma va dejarse registrar. Pues la clínica, precisamente, describe las formas. La clínica, es necesario subrayarlo, es una reducción a la forma.
Pero a partir de esta primera forma, a partir de esta primera vez en la que ha tenido lugar este reconocimiento de una vez por todas, se va a constituir un saber, y que se caracteriza por el hecho de ser aún verificable en cada nuevo caso. Cada nuevo caso que se presente ofrecerá la misma forma, presentará la misma forma, cualquiera que sea el sujeto que la exhiba. De esto resulta que a partir de la descripción de ciertos trazos pertinentes o que son considerados como tales, se hace posible dar un diagnóstico, con, de ser posible, un pronóstico, si es posible también, porque los dos van juntos.
Pero sabemos que el instrumento de la mirada del examen clínico y de la búsqueda de los signos que describen una forma, ha sido relevado por los progresos de la ciencia (en óptica, luego en física atómica) por máquinas perfeccionadas de más en más que hacen lo que se va precisamente a nombrar unos análisis.
Cuando fui, hace tiempo ya, a Palermo, estaba escrito en todos los rincones en las calles sobre carteles: “Análisis, análisis, análisis…”. ¿Debía pensar que había así psicoanalistas, por todas partes, que ofrecían sus servicios? No, no eran psicoanalistas, eran los laboratorios de análisis de sangre, de orina, radiografías, todo lo que la medicina puede, sabe hacer para reducir el cuerpo a una forma clínica y para obtener que la mirada se renda vírgen de toda palabra, lo que quiere decir que la clínica de hoy ha llegado de esta manera a poner en duda las palabras del enfermo, lo que introduce un giro mayor en la clínica, ¿no es así?
Pues a partir de allí, la medicina está autorizada a no escuchar lo que es dicho y a enviar a hacer análisis de más en más finos y sofisticados que hacen ganar dinero de más en más a los hospitales, y cuestan de más en más a la Seguridad Social. Ustedes saben de qué se trata.
He aquí entonces en que se ha convertido la clínica en medicina: una suerte de mirada absoluta dada por las máquinas que ven todo lo que pasa en un cuerpo en tiempo real. Lo que ¡es un mito! Pues ese saber, en lo que concierne en todos los casos a los síntomas con los cuales tenemos que vérnoslas, por poco que la dimensión de un sujeto subyace a un síntoma, quedará bastante pobre. Está comprobado que el nombre que le es entregado, si la descripción de los hechos es correcta, no implica, luego de haber permitido llevar al diagnóstico adecuado, un modo de hacer que sea verdaderamente eficaz. Dicho de otro modo, decir que un sujeto está afectado de T.O.C., mientras que nosotros hablábamos, en otro tiempo, de “neurosis obsesiva” ¡no ha hecho avanzar la cosa para nada!
El hecho de tener que vérnoslas con gente que se lava las manos todo el tiempo y que vive en la angustia de preguntarse si no ha dejado el gas abierto etc. Eso no es ajeno a lo que nos llega en lo más corriente de la experiencia de un clínico de hoy. Pero justamente es necesario destacar también que todos esos sujetos que tienen el espíritu invadido por ideas obsesivas y comportamientos compulsivos, como lo dice divertidamente el siglo en cuestión, formaban lo más corriente de la práctica de Freud, que es el primer clínico en haber descripto esta entidad, vale la pena recordarlo. Pero lo que él había constatado inmediatamente, es que no era suficiente cargar un tal diagnóstico para que una estrategia de cuidados, en el sentido médico y conductual, se desprenda de eso. En cuanto a los medicamentos, ellos no pueden actuar más que como sedantes y ansiolíticos, pero que están lejos de ser verdaderamente eficaces.
Actualmente, es preciso subrayarlo, la mayor parte de los pacientes que llegan en el consultorio del psicoanalista de hoy, son pacientes que se quejan de los fracasos de este género de terapias, que son mentira: hay que decirlo, y son los enfermos mismos quienes lo dicen. No es suficiente tener el diagnóstico de T.O.C. para hacer toc-toc sobre la puerta del buen médico que va a darnos el buen medicamento y los buenos consejos. En otra época, eso se llamaba “tratamiento moral”. En la época de Freud ya, se daba los consejos que eran necesarios, se enviaba a los tratamientos de aguas termales, se aconsejaba electroterapia; y si la persuasión no era suficientemente fuerte, se los hipnotizaba, y bajo hipnosis se les daba sugestiones que los hacían pensar que todo eso era ridículo, y que no era necesario pensar que hubiera una explosión en la casa a causa de un escape del gas que uno habría olvidado de apagar, y ese género de cosas. ¡Y eso debía de funcionar!
Pues bien, si el psicoanálisis ha comenzado, ¡es porque justamente, la sugestión no funcionaba! Son evidencias para los analistas, ¿pero lo es para el público adoctrinado por la ciencia de hoy? La gente continúa imaginándose que el psicoanálisis está superado, sea sólo porqué, a pesar de todo, uno se encuentra con sujetos inteligentes y no tan ingenuos para dejarse influenciar por los buenos gurús, por bien intencionados que ellos sean.
No se puede entonces dispensarse de volver a esos fundamentos, ya que el público se deja impresionar por los vendedores de pacotilla y cree a esa gente que dice que el psicoanálisis está superado, mientras que, felizmente, o quizás desgraciadamente, eso no es así para nada ¡Porque eso se sabría!
El psicoanálisis toma evidentemente más tiempo, pero no necesariamente más dinero ¿Y por qué no toma necesariamente más dinero? La seguridad social lo sabe bien en Francia, sino ella no cerraría los ojos sobre el hecho de que los médicos firmen hojas médicas para cuidados que no tienen nada que ver con la medicina, y que además son cuidados de larga duración ¿Por qué la seguridad social cierra los ojos cuando alguien va a ver al médico una, dos, tres veces en la semana para sesiones que no tienen nada que ver con la medicina? Es porque ellos saben muy bien que eso es menos caro a la sociedad que un ingreso y las consecuencias de una internación psiquiátrica. Entonces, de un modo muy cínico, mientras que no tienen verdaderamente el derecho, soportan gastos de ese orden.
¡Es necesario decir este género de cosas! No vale la pena ser hipócrita: ciertos psicoanalistas tienen esa facilidad, y ellos no se privan de firmar hojas de seguridad social a personas que no tienen el derecho a ello. Ellos tienen también, y a veces la describen, una técnica donde la cuestión de las hojas cae poco a poco: es decir que el paciente se apercibe que su síntoma, su trastorno no es más a ser considerado como una enfermedad, sino quizás como una buena oportunidad, y que no tiene nada que ver con la medicina. Es preciso entonces reconocer que no hay necesidad de ser tomado a cargo por la sociedad, como si fuera un niño, porque es, por ejemplo, de su infancia que se trata.
Eso toma evidentemente más tiempo, eso demanda mucho tacto. Pero no hace falta ocultar que uno se las arregla con eso, y que los enfermos como los psicoanalistas, sean o no médicos, saben hacer allí para pasar a través de las mallas de la red de vigilancia y del control social. Pero es necesario no cerrar los ojos sobre las condiciones económicas siempre más difíciles en la que se encuentran los jóvenes y no desconocer el nivel creciente del desempleo. Todo eso debe ser tomado en cuenta con el riesgo de terminar por tener una deuda colectiva del Estado mismo tan enorme que nada será ya posible y los recortes resulten inevitables.
El destino de Grecia es algo que nos puede hacer comprender que todos estamos amenazados por la quiebra, no solo personal, sino colectiva. Quizás no podamos pagar más ese alto nivel de cultura y de seguridad social como es el nuestro en Europa, porque nos hemos transformado en deudores de la tierra entera. ¡He aquí de lo que se trata con el psicoanálisis, tampoco nosotros estamos por fuera de todo esto!
A.G.: ¿Qué puede decirnos del lazo entre clínica psicoanalítica y sugestión?
J.N.: No digo que un psicoanalista pueda al comienzo prescindir de la sugestión. Sería formidable tener que vérselas con pacientes con quienes un psicoanalista pudiera prescindir completamente de dar consejos, con los cuales podría contentarse de estar únicamente abierto a la escucha y responder con el silencio cuando se le demanda soluciones con insistencia. Hoy casi no hay más enfermos que vengan a pedir ayuda con ese género de prevenciones contra la manipulación. Digamos que son los enfermos mismos, si no están enfermos en el sentido médico del término, quienes insisten en hacer hablar, incluso si ustedes no pueden decir más que tonterías; no hay casi más personas que admitan que el psicoanálisis es el abandono de toda sugestión y efectivamente vamos a usar sugestión al menos para acceder a producir una transferencia que es una herramienta indispensable.
Pues una trasferencia, eso es algo que debe permitirnos, si no es negativa desde el comienzo, ¡cosa que sucede también, pero dejemos eso! ¡Eso sería abrir otro capítulo! Esa transferencia, entonces, debe permitirnos hacer de tal suerte que la sugestión no sea pesada y abierta, sino enmascarada, amable.
A.G.: ¿Pero entonces usted piensa que hay una parte de sugestión en la transferencia?
J.N.: Seguramente que la transferencia comporta inevitablemente una fuerte dosis de sugestión; es por eso que Freud, muy honestamente, se preguntaba si todo su discurso no estaba tomado en la sugestión. ¿Conoce usted ese apólogo de Freud en el que él habla de la sugestión como San Cristóbal que lleva a Cristo que lleva la tierra? ¿En esas condiciones, donde entonces puede apoyar los pies San Cristóbal? Si la sugestión explica todo, puede ser que el psicoanálisis, como dicen los detractores de hoy, no es más que un asunto de sugestión y que la transferencia no es más que una transgresión a largo plazo de todas las reglas de impasibilidad de la clínica, un modo de manipular disfrazado y cínico, una técnica de la que se sirven los psicoanalistas para imponer soluciones y hacerse indispensables durante largos años; lo que hace entonces de esa disciplina una impostura psicoterapéutica como otra.
A.G: Pero, de todas maneras, usted no es Onfray.
J.N.: No, yo no soy Onfray, pero hoy, en el público, hay muchos que piensan que Onfray tiene razón, incluso los intelectuales, lo que es lamentable para ellos, pues carecen verdaderamente de sentido crítico, mientras que, sea sólo por el tono que Onfray utiliza en su libro deberían ponerse en alerta y plantearse preguntas respecto a la saña que afecta a ese señor.
¿Qué hace, entonces, un psicoanalista con todos esos problemas y todas esas situaciones que me he visto obligado a volver a marcar a propósito del mito de la clínica? Yo diría que él se apoya sobre una práctica anti-clínica, es decir que le incumbe practicar una ruptura con lo visible de un saber ya allí, para substituir ese saber de la clínica, por la existencia de un sujeto supuesto saber, pero que escucha lo que ha permanecido aún innombrado en lo que no es una forma del cuerpo, sino que es la voz del nombre que lleva.
¿Entonces, qué es ese psicoanalista, cualquiera sea su nombre, qué es lo que eso quiere decir, ser, asumir decirse psicoanalista? Eso, al menos quiere decir que un tal sujeto rompe ya con un saber que está ya allí, pero rompe también con el discurso de un saber de los estados de cosas, para substituirlo con el relato de acontecimientos de un encuentro con ese nuevo sujeto.
Ese “nuevo sujeto”, oiga bien que es una expresión ambigua: ¿se trata del nuevo sujeto que es el analizante o del nuevo sujeto que es el psicoanalista? Se trata de los dos. Es indispensable que haya allí un efecto de encuentro, que uno no se conozca ya con el otro. Entonces, no puede uno ser el psicoanalista de sus parientes, de sus amigos, de sus colegas, de un miembro de su familia etc. Eso parece evidente para ustedes, pero no lo es necesariamente para el público. Es esta sorpresa de encontrarse con lo nuevo.
Un médico puede ser médico de familia, saber todo sobre un sujeto antes de encontrarlo, un psicoanalista jamás. Le es imprescindible estar sorprendido por lo que se le enseña. Parecen cosas evidentes, pero que ellas forman parte de la ética de base de la faena con la que nosotros cumplimos.
En fin y muy evidentemente, lo que ese psicoanalista va a proponer – acabo de decir que el psicoanálisis es un práctica de la ruptura – es una ruptura con el discurso organizado de la auto-presentación de un yo (moi) que se conoce, que tiene una introspección, que es lúcido, etc. Y que propone la significación, para substituirle el juego con las palabras de eso que le viene a la mente. Desde este momento, esas palabras van a llegar a constituir una red que va a captar lo no sabido de lo que se expone como siendo el sentido: opongo entonces significación y sentido, opongo estados de cosa y acontecimientos.
Usted ve, todos estos conceptos no están en Freud, ellos son de Gilles Deleuze, opositor, si lo es, del psicoanálisis, pero que produce conceptos que pueden ayudarnos a reformular lo que está en cuestión en el psicoanálisis. Es suficiente leer Lógica del sentido, escrito en un momento en el que Deleuze no estaba en oposición al psicoanálisis, no se había aún alineado con ese pretendido psicoanalista que era Guattari.
Pero seamos justos, quizás después de todo Deleuze tenía sus razones para estar en oposición al psicoanálisis, o a una cierta forma de lacanismo que le parecía completamente fracasado o adulterado… Por el contrario, la situación de hoy es tal que podemos volver a sus conceptos y reorganizarlos para hacer avanzar con ellos la práctica de los psicoanalistas ¿por qué no?
Entonces, esta práctica de la ruptura consiste en substituir a una demanda que se hace en términos de ayuda, una oferta que va a consistir esencialmente en proponer un pacto: si usted se deja ir a hablar sin seleccionar lo que va a decir, aceptando decir todo lo que le pase por la cabeza, incluso si son tonterías, dando fe a lo que el lenguaje puede tener de automático, de marginal, de no controlado, etc. Si usted acepta hacer eso, de relacionarse con alguien que lo escucha para eso, para ese género de locura, entonces yo, me comprometo a renunciar a los presupuestos de la clínica, a abstener de hacer de usted un caso que vendría a verificar en mí lo que la clínica ya sabe sobre usted, aplicando un nombre de su vocabulario para eso que usted tiene, pero sin poder decir nada sobre lo que usted es. Entonces yo, ese que va así a llevar el nuevo nombre de psicoanalista, ese que se convierte, de este modo, en su psicoanalista, yo prefiero encararme con quien usted es.
¿Entonces, en qué consiste ese pacto? Consiste en reducir el saber ya constituido de la clínica a una dialéctica que va a instaurarse entre usted y yo, entre el saber que: “Usted ya me lo ha dicho, pero para mí será por primera vez que lo habrá dicho”, y el saber que : “Eso no está aún dicho, aunque usted lo sepa desde siempre quizás”. Así usted se convierte de este modo en el analizante, y no el analizado, como se decía antes de Lacan. Pues es a usted que, en lo sucesivo, va a incumbir la tarea de volverse analizante de mi saber, de lo que yo ya sé y de lo que no sé aún.
Usted es el analizante de eso, pero entonces será preciso que acepte reconocer que yo tengo una memoria suficiente para distinguir las ilusiones que usted pueda acariciar de haber dicho ya alguna cosa. ¿Para qué tendría esta ilusión de haberlo dicho ya? Porque un psicoanálisis consiste en entrar en un diálogo interior con un psicoanalista, alguno que ya tiene en usted, antes de encontrarme y con el cual tiene ya un diálogo. Ese psicoanalista es como un ángel guardián, él sabe todo de usted, entonces, usted puede pensar que usted ya se lo ha dicho, a ese fantasma en usted, mientras que no lo ha dicho todavía, al fantasma bien real que usted ha creado con todas las piezas, introduciéndolo en su vida, haciéndolo entrar en su casa, sin que él haya tenido que desplazarse, ya que será llevado a saberlo todo sobre usted.
Es sobre este eje de lo ya dicho y de lo aún no dicho que se va a hacer nuestro trabajo. Eso es un psicoanálisis : hacer desplazar el límite entre lo ya dicho y lo aún no dicho. Y habrá de lo aún no dicho quizás más difícil de decir que usted lo piensa. Quizás usted piensa que puede decirlo todo y a cualquiera. Pero ocurre que el psicoanalista es alguien con el cual usted va a discernir que hay cosas más difíciles de decir. ¿ Cómo va a entrar usted en esta dificultad ? Y bien, eso va a depender de ese psicoanalista que usted tiene en usted, de su concepción previa de lo que es para usted el sujeto supuesto saber. Si este sujeto supuesto saber se interesa en la infancia, usted le dirá todo sobre su infancia y no le dirá nada sobre su trabajo o sobre sus relaciones actuales, lo que, precisamente, deberá cambiar el contenido de esta dialéctica entre lo ya dicho y lo aún no dicho.
Usted bien ve que su trabajo consiste en producir un psicoanalista nuevo que no sea aquel que usted conocía ya, al que usted atribuye un saber. Si, por ejemplo, usted ya sabe que un psicoanalista se interesa por la sexualidad, pero no se interesa necesariamente por el duelo, a pesar de que la sexualidad y la muerte tienen lazos: usted disocie quizás un poco demasiado, en su modo de vivir, la sexualidad y la muerte, entonces, usted habla demasiado fácilmente de la sexualidad, pero no habla jamás de la muerte. Es su derecho, es usted quien produce al psicoanalista en usted y que va a hacer comunicar lo ya dicho con lo aún no dicho, introduciendo nuevos lazos entre ellos.
Usted va a desplazar entonces esos límites, y es su trabajo que va a fabricar lo que aquí debo llamar: un psicoanalista efectivo. El sujeto supuesto saber de la transferencia no es un psicoanalista efectivo, es un psicoanalista putativo. Es aquel que practica un psicoanálisis en el que ya sabe todo; en las revistas, en los semanarios, todo el mundo dice lo que es un psicoanálisis, lo que es el saber de un psicoanalista, y ustedes saben todo eso de memoria. ¿Para qué les sirve eso, en qué eso los ayuda? Lo que puede ayudarlos, es hacer un psicoanalista, constituirlo con todas sus piezas, fabricar ex nihilo un psicoanalista.
Por consiguiente, la clínica psicoanalítica es la clínica del psicoanalista que usted va a fabricar. No hay ninguna otra clínica más que aquella del psicoanalista y de las figuras de su resistencia al advenimiento del sujeto del inconciente. Y ese psicoanalista, es yo o es usted, cada uno cambia de lugar a su vez y en forma rotativa; pero es para lograr que ese psicoanalista se convierta en vuestro psicoanalista. El pretendido psicoanalista que yo soy no sirve para nada, que sea pretendidamente psicoanalista y que sepa muchas cosas sobre la teoría psy, ¿qué es lo que eso cambia ? Lo que, por el contrario, puede cambiar las cosas, es que yo me convierte en vuestro psicoanalista.
A.G.: ¿Eso es ser psicoanalista del caso por caso ?
J.N.: Prefiero evitar la palabra caso que está demasiado investida por la clínica. Un caso, eso se coloca inmediatamente en plural para apilarse, hay casos que son semejantes a otros casos: por ejemplo casos de histeria o de neurosis obsesiva, de fobia, de anorexia ¿ y qué sé aún ? El sujeto es siempre un sujeto nuevo, un sujeto diferente. No se puede apilar los casos en psicoanálisis como se puede apilarlos en la clínica médica, los casos que vendrán siempre a averiguar las hipótesis de un saber previo, y que permitirán actuar en consecuencia. Ninguna receta, ningún plan es posible en psicoanálisis. Algo que ha funcionado en un caso, ciertas cosas que han funcionado para ciertos sujetos tendrán efectos contraproducentes con otro sujeto. He ahí de lo que se trata en psicoanálisis, constantemente y sin descanso.
El psicoanálisis es una situación muy especial que está puesta en marcha al cumplir con ciertas reglas, no se trata allí de consultas, son sesiones. ¿Qué es lo que las diferencia a las dos? A diferencia de la consulta con el médico, uno no puede cancelar una sesión, pues tenemos los dos una cita con el psicoanalista que hemos fabricado juntos. Entonces, si se cancela esta sesión, no se puede evitar pensar que, por definición, uno ha tenido las ganas de resistir a ese psicoanalista. ¿Por qué? Porque se hace pasar antes de la sesión pactada otra cosa que es más valorada, se trate de una enfermedad, del trabajo, de una cita galante: se prefiere darle prioridad a eso. Uno tiene totalmente el derecho, pero el hecho de no valorizar la sesión, es decir: la palabra que lo compromete ante el psicoanalista que usted ha instituido, eso tiene un precio. Esto es lo que es muy mal soportado hoy : que se pueda pedir el pago de una sesión perdida, cualquiera que haya sido la razón, y al menos si no puede ser reemplazada con un tiempo razonable que permita evocar lo que ha pasado realmente.
Con el tiempo, e incluso si fuera necesario ceder sobre este punto crucial, ciertamente yo me he vuelto muy flexible al respecto, pues la gente no es tan dócil como en el tiempo en el que yo he comenzado mi psicoanálisis ; estar en análisis era, en esa época, estar en una posición de servidumbre. No anhelo que los analizantes de hoy tengan esa posición de servidumbre voluntaria que yo tuve, y que consideren que el psicoanalista es una persona cruel. La situación ha cambiado. Puede ser que un psicoanalista sea conducido a ocupar una posición de crueldad. Pero entonces es preciso darse cuenta que el análisis es netamente el análisis de ese psicoanalista putativo quien puede ser efectivamente más cruel que otro, pero al cual el psicoanalista efectivo no está obligado, asimismo, a identificarse todo el tiempo y sistemáticamente …
Basta con haber analizado a una mujer obesa para saber hasta qué punto ella tenía que vérselas con un psicoanalista cruel y que no se privara de criticarla por su peso, por su sobrepeso, que la obligue a esto o a lo otro, y que haga de su vida ¡un verdadero infierno ¡ Con ese género de mujer, no hay nada que hacer y no hay nada posible, si ella permanece en análisis con ese analista cruel ; nada se moverá, si no se toma en cuenta que es ella quien lo ha constituido así y que lo ha puesto en ese lugar. Todo el trabajo va a consistir en lograr que el psicoanalista putativo, ese sujeto supuesto saber lo que hace adelgazar etc. acepte escuchar lo que no está dicho aún sobre las razones verdaderas de ese sobrepeso, de esa miseria del cuerpo en la que una mujer ha podido meterse, para hacer imposible las cosas, y entre otras, ¡su psicoanálisis mismo!
Entonces, a partir de esta situación que es una situación reglada en la que hay reglas que faciliten la regla fundamental, que la hacen posible, cada analizante fabrica un practicable. ¿Qué es un practicable? Es un concepto del teatro: un practicable sobre el escenario es un decorado con puertas, ventanas, se pasa por aquí, se sale por allá… Pero no hay sólo los desplazamientos del cuerpo. Se tiene hábitos para hablar : uno se dirige a su psicoanalista de este modo y no de otro, todo esto es fabricado con todas sus piezas por el analizante quien tiene sus hábitos, que introduce algo de su persona en el lugar del psicoanalista, que utiliza tal objeto, que utiliza tal modo de acomodarse en el diván, que aprovecha tal aspecto de la persona del psicoanalista que le va mejor que tal otro, que usa tal suposición que se hace, sobre su creencia de porque lleva ese nombre y que por eso él debe ser judío o cristiano o musulmán, vaya a saber. Y entonces todo eso me vendrá bien para dirigirme a un judío, o más bien a un no judío etc.… Todo eso fabrica al practicable, lo que va a facilitarme la palabra para decir ciertas cosas que no diría a cualquier otro.
Y el tercer nivel, es el de poner en movimiento un aparato… Entonces, el primer nivel es el de la situación, el segundo el del practicable, el tercero es el del aparato. Ustedes se dirán: ¿un aparato es algo que va a funcionar de modo mecánico? No precisamente ¡Hay filósofos que han trabajado mucho la cuestión, ya se trate de Agamben o de Foucault antes de él. El término aparato es aquél utilizado por Freud para designar lo que los filósofos de hoy llamarían: “dispositivo”.
Y bien, efectivamente es un dispositivo que está puesto en marcha a partir de la situación analítica y del practicable que se abrocha sobre la misma, y es de este dispositivo que se sirve el analizante para interpretar. Ya que él va a ser el interprete de su discurso, con, evidentemente, la ayuda de esas divertidas interpretaciones que son las incitaciones del analista para interpretar, más que las interpretaciones que se harían al modo de un collage hermenéutico (“eso quiere decir aquello”). ¡No, no es así como el psicoanálisis debe ser considerado! Sabemos bien desde Lacan que la interpretación en la cura toca un punto vivo del discurso que es equívoco, y que una cosa puede querer decir otra, que hay ramificaciones en el discurso, puntos más o menos ambiguos y que hacen que el inconsciente se enganche en esta ambigüedad para pasar de un registro a otro, para hacer pasar cosas que no pueden pasar de otro modo y que se despliegan sin que lo sepamos.
El no sabido, esa es, efectivamente, la traducción que Lacan ha propuesto para el inconciente; ella es muy justa pues es verdaderamente en el marco del discurso que pasan las cosas. El psicoanálisis es substituir la clínica del saber ya sabido, por la clínica de un psicoanalista que se va a necesitar hacer pasar de lo putativo a lo efectivo.
J.N.: ¡Bueno, quizás voy a improvisar un poco más pisando tierras posiblemente vírgenes y pasando por sendas muy poco manidas ¡Finalmente, esta clínica psicoanalítica, si estos términos designan algo que existe todavía, se convierte en algo identificable al hecho de comprender cuales son las resistencias, las figuras de la resistencia del psicoanalista, ya que está alrededor de su función que todo gira, ya que es de él que todo depende, incluso si se trata del psicoanalista que fabrica cada analizante, pero es una cosa que ha podido lograr este analizante a partir de las marcas que supone en el marco del practicable que le proporciona el analista efectivo. Pues es el analizante quien fabrica un analista que no quiere comprender nada, oír nada. Para el analizante su analista es supuesto saber que él está ubicado del lado del amo, por ejemplo. Que está, ya sea del lado de la Iglesia ya sea del lado del Ejército, ya sea del lado del gran hospital: ¡él debe por lo menos saber esto¡ ¡él es supuesto saber lo que es ser sujeto y sujetado por estas instancias¡
Una de las definiciones de sujeto, es que uno es sujeto de un rey, de un amo que tiene el poder, que os tiene cogidos y coaccionados. Yo soy el sujeto, el esclavo, estoy sujetado a ese discurso del amo; y aquel al cual me dirijo, para llegar a ser mi psicoanalista, debe permitirme decir otra cosa que lo que el amo tiene ganas de escuchar. ¿Es que él va a aceptar otra concepción de la familia que la que yo aporto, aquella que me han transmitido mis padres y abuelos? Esa es la resistencia del psicoanalista, él piensa que no sólo es necesario honrar padre y madre, como lo dice el mandamiento, sino amarlos. Pues hay precisamente gente que llega a un análisis porque abrigan odio a su madre, su padre, etc. Y que imaginan que el psicoanalista está allí para reconciliarlos, para que soporten convivir con ellos hasta el fin de sus días, sino con este odio, por lo menos confesándolo. No es fácil ocupar el lugar de analista frente a un sujeto que tiene odio ante su padre, su madre, su hermana, su hermano.
¿Voy a poder hacer que se desplace la resistencia del psicoanalista, es que ese sujeto va a poder asumir decirme su odio y liberarse de este modo, sabiendo que no hay sólo el odio y el amor, él puede recurir allí a la ignorancia. Hay un momento en el que la ignorancia libera, ella es una pasión tan fuerte como el odio y el amor. Quizás sea preciso a veces instaurar separaciones en una vida?
¿Y para soportar ese género de separaciones, tal vez haya que fabricar un psicoanalista que estaría de acuerdo, que no les hará reproches por estar separado de una mujer, de un marido, qué sé yo? Pero a menudo las tradiciones familiares tienen un peso tan pesado como el discurso del amo.
Y luego hay también todas esas teorías en las que atribuyen al psicoanalista un saber sobre lo que es ser un hombre o una mujer. Si me analizo con un psicoanalista feminista ¿sería necesario servirle un discurso feminista? ¿Pero si yo detesto a las mujeres por razones mías? Y puede ser que yo tenga razones para detestar a las mujeres y que todo lo que pongo en la palabra mujer iría, en otro contexto, bajo la palabra hombre, etc. etc.
¿Qué es la diferencia sexual, cómo repensar la relación entre los sexos? Si tengo ideas indudables sobre lo que piensa mi psicoanalista, no voy a poder ocupar verdaderamente mi lugar de analizante con él sobre ese problema. Es preciso que él se mueva y que su resistencia me haga reaccionar. Será quizás a causa de su resistencia que yo voy a moverme o que, si no hay manera, estaré inducido yo mismo a decirle un día: “Pero, dígame, ¿con quién está usted en análisis, quién es su analista?” Me sucede plantear esta pregunta: “¿Por qué piensa usted que yo pienso eso?” Me gustaría encontrar a ese analista para preguntarle lo que comprende de todo esto: ¿por qué eres tan cerrado, qué te pasa, eres loco o qué? Debes escuchar a ese señor o a esa señora que tiene algo para decirte y ¡dejar de tener todos estos prejuicios!
Pienso en las ideas firmes o dogmáticas sobre la homosexualidad, por ejemplo, según las cuales los psicoanalistas deberían estar en contra, uno se pregunta por qué, ya que, Freud jamás ha estado en contra, él ha sido uno de los primeros en tolerarles y ¡no considerar a los homosexuales como enfermos! Pero curiosamente se piensa todavía que los psicoanalistas te curaran de la homosexualidad, como si eso fuera un deber del psicoanálisis. ¡Todo eso no es evidente! ¿Es necesario que un analista tenga un objetivo educativo y que lo imponga?
Y es igualmente importante saber cómo está normalizada la diferencia entre niño y adulto. Mucho más aún: ¿cuál es la teoría que tendría ese analista sobre la adolescencia? ¿Cuántos sujetos que van a análisis no lo hacen para hablar de sus dificultades con sus niños, con sus adolescentes y piden ayuda? He escuchado decir a grandes psicoanalistas que no se podría analizar a un sujeto que se presentara como padre, que en análisis se está necesariamente en posición de hijo, que es el niño quien está en análisis, que es preciso encontrarse de nuevo con su infancia. Es típico del analista freudiano. Levantar la amnesia infantil. Resultado: cuando van al psicoanalista, ustedes van allí para hacer de niño. ¿Y si actualmente se hubiera invertido, si fuera en tanto padres que tenemos dificultades con nuestros hijos? Tener una pre-concepción del psicoanalista interesándose por el niño y no por lo que es ser padre, es prohibirse la posibilidad de estar en análisis con ese psicoanalista. Ven bien hasta qué punto el tema de la resistencia del psicoanalista es central en la clínica psicoanalítica tal como la preconizo, para lograr que ella se abriera un poco.
¿Cuales serían entonces esas instituciones en las que el supuesto psicoanalista sería el agente y engendraría las estructuras supuestas de la psicopatología clínica? Finalmente se encuentra eso que hemos aprendido en la clínica que nos han transmitido los teóricos del psicoanálisis, es decir que hay neurosis, perversiones, psicosis, yendo de este modo hasta emplear la palabra estructura para hablar de esas diferencias.
Ahora bien, con esta nueva manera de considerar la clínica, no en función de rasgos que serían constitutivos de un sujeto, sino en función de la resistencia del analista, está implicado que repensemos las causas de la neurosis de un modo diferente, ya sea interrogarnos sobre la elección de la neurosis, que es un término freudiano, o de la perversión, o de la psicosis. El sujeto no ha tenido elección del todo, claro está, es su inconciente que ha escogido tal o cual forma de patología o, de una manera aún más personal, tal síntoma. ¡Hablemos de síntoma en lugar de patología ¡La patología, ya sabemos cómo reconocerla y el paciente también! En cambio, un síntoma, eso es algo misterioso y enigmático ¿Qué es lo que este síntoma tiene para enseñarnos? Este es el interés de la cura analítica donde dos sujetos trabajan juntos para aprender de un síntoma lo que él tiene para enseñarnos como verdad: he aquí la definición que yo daría de una cura. Yo me pongo a trabajar con alguien de quien supongo que es capaz de dejarse enseñar por su síntoma, que no será más sordo a lo que su síntoma busca de hacer escuchar.
Un sujeto ha escogido la perversión, por ejemplo, en vez de delirar. Si yo no hubiera tenido esta “solución” de la perversión, de la homosexualidad o de hacer hablar a la pulsión (no hay treinta y seis pulsiones – yo hablo de la pulsión sado-masoquista o voyerista-exhibicionista o una mezcla de las dos), sería que ha elegido poner esta pulsión en posición de agente. Ahora bien, viene a encontrar un psicoanalista que pone el objeto en posición de agente, también él, ¿va a poder aquél escuchar mi demanda? Estos son problemas de técnica psicoanalítica a los cuales podemos llegar rápidamente, a partir del momento en el que se introduce ese cambio en la escucha y la estrategia del psicoanálisis poniendo de relieve la cuestión de la resistencia del analista.
Pero un psicoanalista normativo que dice: “El objeto del deseo, es la persona que le ofrezco al acompañarle durante el tiempo de la cura; y es así que veo las cosas, para ser feliz, identifíquese a mí y será feliz, usted no será más homosexual, por ejemplo. Y si ese analista tiene una mujer en análisis, le hará saber que es mejor gozar del cuerpo de un adulto que gozar del cuerpo de un niño, eso, si se dirige a una mujer que es madre – digo quizás cosas horribles – o, en caso contrario, encuentra que ¡el goce que ofrece el cuerpo de una mujer es superior a lo del cuerpo de otro hombre!
¿Será posible una cura de este síntoma con ese analista? Si ese analista se ha detenido en una posición tal, no será mi psicoanalista, sino un analista pretendidamente sapiente de lo que está bien o mal a través de su saber de la clínica psicoanalítica. Una tal relación se transforma necesariamente en psicoterapia. No hay manera en estas condiciones de enfocar la cura de un perverso que ha debido escoger ese síntoma para soportar vivir.
Yo conozco pocos psicoterapeutas conductuales que acepten perversos en cura. Ellos saben muy bien que eso no va a andar con esta gente, mientras que de otro lado esos buenos tíos que son los psicoanalistas intentan, por lo menos, a pesar de todo. Se puede entonces derivárselos, pues es un gran sufrimiento el hecho de tener que asumir, confesar ese tipo de síntoma, y todavía más cuando se trata de esa horrible cosa que es la pedofilia, último tabú en los síntomas actuales y que provoca una tal conmoción en los legisladores, una tal responsabilización en los psiquiatras y médicos, transformándolos en policías.
¿Cómo se puede intentar comprender por qué un sujeto vive la necesidad de tener que ofrecer su amor a un adolescente, incluso a un niño y de un modo sexualizado? Es preciso atreverse a hablar de estas cosas sobre un tono seco y no apasionado y sin demonizar inmediatamente a ese género de sujeto. Los analistas quedan como las únicas personas aún capaces de hacer ese trabajo y justamente más que los psiquiatras que están en tela de juicio por su dejadez a responsabilizarse de todos esos crímenes a los que esa patología puede inducir.
Pero si hay crímenes, si el síntoma produce crímenes, es porque ellos no han tenido otras posibilidades que ese tipo de transgresión para hacer escuchar el fantasma que podía inducir este tipo de pasaje al acto ¿Es necesario llegar hasta la trasgresión para hacerse escuchar? He aquí una de las preguntas que el psicoanálisis permite plantearse. Este tipo de nueva clínica psicoanalítica pone en primer plano a la resistencia del psicoanalista. Si un analista tiene ideas firmes y dogmáticas sobre todo, si se atiene a una clínica tradicional, médica, no podrá ocupar ese lugar.
Saber qué es un analista, como se constituye y cuál es su formación más allá de esta cura tiene entonces consecuencias prácticas. Pues, finalmente, ¿en qué consiste la formación de un analista? Es la fabricación de alguien lo suficientemente abierto como para aceptar que la verdad de un sujeto cuestione el saber que él ha aprendido. Si no es capaz de cuestionarse permanentemente en cada nuevo caso, no será psicoanalista, será psicólogo, psiquiatra, psicoterapeuta. Sabrá cosas sobre la psicopatología y sobre la clínica pero no será psicoanalista.
El psicoanálisis no se interesa más que por una cosa: la subversión del saber por la verdad. ¿De dónde surge la verdad? No solamente de la boca de los niños sino también de la boca de los síntomas. Los síntomas de hoy que fabrican una demanda de análisis, en su mayor parte, son fracasos de la psicoterapia ¡Es cuando una psicoterapia no ha funcionado, es cuando se logra hacer la demanda de un análisis: los síntomas son eso!
A todo el mundo le gustaría que la psicoterapia funcione, que fuera suficiente, y, si fuera posible que sea breve: tres meses, seis meses para que todo se pliegue de manera eficaz, con un plus de medicamentos que faciliten el sueño, la potencia sexual ¡Tomar Viagra para arreglárselas en la vida! En el límite, ¿por qué no? Los laboratorios farmacéuticos, la publicidad hace creer que eso funciona, pero justamente, ¡eso no anda tan bien como se cree! ¡En la vida hay cosas un poco más complicadas que los mecanismos a los que se reduciría el acto sexual!, supuesto facilitar la felicidad, y que permitiría eliminar la tristeza, terminar con el duelo, etc. Nosotros somos sujetos complicados y el psicoanalista es alguien que se toma el tiempo, que no está apurado, es alguien que da tiempo, que respeta la complejidad, que acepta no comprenderlo todo inmediatamente, etc.
¿Se necesita todavía hoy en día gente como esa? Según mi opinión, ¡más que nunca! Y cuando se los ha encontrado, ¡no se los deja ya! Eso da de nuevo tanto valor a la vida encontrarse con tales personas :un psicoanalista que aceptara no comprender todo, que aceptara que lo que se le cuenta queda bien enigmático, que hay un límite al saber clínico, en tanto éste se ve siempre ligado a soluciones que se aplican y que serán rápidas. Un analista tal, les aseguro, tiene porvenir La cuestión no está arreglada del todo, no lo es: “¡Ciao, ciao, no se habla más de eso!” Son sujetos, individuos, no teorías soportadas por maestros prestigiosos; son personas modestas y que hacen un trabajo modesto, pero que no es ilusorio, ya que no juegan a cualquier cosa, que tienen una ética rigurosa, que escuchan verdaderamente y que intentan comprender con ustedes; ellos proponen algunos instrumentos extremadamente eficaces – pues hace falta proclamar su eficacia, con tal que uno quiera servirse de estos. Ya expliqué de qué orden eran esos instrumentos: un cierto modo de emplear el lenguaje, de someter la palabra a lo que viene a la mente, de contar los acontecimientos y no solamente la significación que se desprende de ellos. Pasando por la dimensión del acontecimiento, volver a lo que han contado los sujetos o a lo que se ha callado dentro de una familia…
Hablemos de la locura, la mayor parte del tiempo es porque ciertas cosas no han sido dichas que es preciso recurrir a un síntoma tan grave como es el delirio o la alucinación, porque, en esas situaciones, el lenguaje no era suficiente. Si allí no había las palabras suficientes para decir las cosas, habrá sido necesario recurrir a un gran mito. El delirio tiene que ver con la fabricación de un mito, de un mito de los orígenes, de un mito familiar en el que un sujeto ha debido buscar una explicación para lo que le sucedía y que era demasiado misterioso, de lo cual no tenía ninguna comprensión. Entonces esos blancos, esos agujeros en el lenguaje han hecho que haya debido recurrir a esas creencias delirantes, a cosas que nadie puede creer, a la audición de ruidos que sólo él puede oír o a esa visión de cosas que no existen en la naturaleza, pero que él ve.
La ciencia es sin concesión, sin piedad para ese género de sujetos que se hacen excluir del discurso científico de la polis. ¿Qué hospitalidad queda practicable para ese género de sujetos hoy? Es preciso aceptar ofrecerles una cierta hospitalidad, un acompañamiento. Pues, yo pretendo que el nivel de civilización de un sujeto, de un país se mide por la capacidad que tiene de poder hospedar a los locos. El nivel de aceptación del loco en un agrupamiento social hace que se sea civilizado o no. Quizás en África sean en este sentido más civilizados que nosotros, pues los locos son recibidos y admitidos por el colectivo; ellos, allí, ocupan un lugar, no están excluidos con esa violencia que es la nuestra al excluir y aprisionar a nuestros locos actualmente. En el siglo XVIII ya no se hacía más ¡Nosotros nos hemos encerrado en el terror del loco! Nosotros somos incapaces de decir o de hacer saber ciertas cosas de las que nos piden testimoniar: estas cosas quedan censuradas, totalmente imposibles de decir.
J.N.: ¿Qué supone, de parte del analista, esta aceptación de no saber lo que es la clínica? La palabra que designaría adecuadamente a esta actitud o esta estrategia es: “Reducción”.
Reducción de la patología, de todas las patologías a las cuales les tocaba relacionarse con la histeria. El psicoanalista que es tomado en la lógica de los discursos del amo, de la universidad va a llegar a proponer para un sujeto que sea histérico, cualquiera sea su patología. Es decir ser un sujeto que haga excepción. ¿Qué es un histérico? Es alguien que pone al saber en dificultades, que dice: “De acuerdo, la Ciencia propone cosas probablemente correctas, pero mi verdad va en contra de ese saber“. En tanto psicoanalista yo recojo y acepto esta posición histérica. Y practico la reducción a la histeria, al discurso de la histeria.
De hecho, hay tres reducciones:
La primera es la más simple, se trata de la reducción de las diferentes neurosis a la histeria, a la posición histérica según el principio del que hablé al comienzo: yo no soy el psicoanalista que sabe, sino el sujeto supuesto que ustedes van a destronar diciendo en qué es ustedes quienes saben lo que es la verdad, y que esta verdad va en contra de mi saber. Se trata allí de la reducción a la histeria. Yo voy a ser aquel que les sostiene en su histeria, que les acepte como sujetos del inconsciente, gracias a lo cual ustedes van a fabricar un psicoanalista. Yo seré su psicoanalista pero únicamente el suyo. Yo no seré tal psicoanalista inscripto en tal asociación, no, no.
Es usted quien me habrá fabricado, estaré de servicio por usted, seré un analista que no cree en lo que ha aprendido, que no cree ni siquiera en el psicoanálisis, sino que cree en lo que va a confiarme y vamos a ver si eso funciona ¡ Quizás eso tendrá efectos sobre usted de ubicarse del lado de esta excepción que encarna su sujeto, y ponerlo en esa posición de excepción: la de ser un sujeto de la verdad, de la verdad que es su síntoma : eso es la reducción histérica.
La segunda, la reducción de la perversión, diría que es la reducción analítica.
En efecto, es constatable que el “perverso” (y no “la” perversión), es alguien que se queja, que sufre por estar en una posición de goce transgresivo, como si fuera el único, como si el neurótico no tuviera fantasmas perversos. Aquí la reducción al análisis es lo que hace que los perversos tengan quizás menos necesidad de pasar al acto en sus fantasmas, aceptando considerar que son fantasmas. Cuando entran en análisis, se convierten en neuróticos más bien que arriesgarse a ser psicóticos.
Hay dos concepciones de la perversión: la más común es la definición de la neurosis como siendo el negativo de la perversión. De hecho, entonces, todo el mundo quisiera ser perverso y no se atreve a serlo, siendo los neuróticos unos no-perversos. Otra definición de la perversión, según yo, y más clínica, es más verificable: el último escudo contra la psicosis es la perversión. Elijo anclarme en el goce perverso por miedo de tener que delirar.
Se puede constatar que hay algunos sujetos que se encuentran tomados en los discursos entre una madre y su madre que se intercambian el falo entre ellas, no pueden gozar de un falo que no sea el que las dos mujeres intercambian entre ellas. Resultan ser ellos mismos ese falo, ya que su padre es sea borroso sea inexistente y su abuelo materno un ser anonadado. De allí que al no querer gozar del falo que esas dos mujerer intercambian entre ellas, al no querer de un goce totalmente narcisista, no les queda otra solución, para escapar al delirio, que este modo de hacer: ese consiste en escogerse, en elegir para si un compañero masculino que restablezca la ausencia de los padres en su historia, y acceder así por lo menos al goce menos peligroso de la homosexualidad. La solución perversa es indispensable para ellos, para no delirar, dada la ausencia no sólo de padre sino también de referencia a algo de un tercero en el nacimiento de ese sujeto.
Quizás habrá de esto cada vez más, por otra parte, ya que las mujeres hoy no tienen necesidad de otra cosa que de una inseminación para ser madres. Son ellas que deciden ser madres. ¿La perversión será el futuro? ¡En ese caso, el psicoanálisis tendriá también un futuro!
Pues esos sujetos tienen más necesidad de hablar que otros, están más próximos de sus cuerpos que otros, de un cuerpo demasiado tomado por las sensaciones. Están desbordados por el mundo de las sensaciones y tienen necesidad de hacer pasar todo eso a las palabras. ¿Quién puede aceptar de escucharlos? ¡Un psicoanalista¡ Ese género de cosas no es fácil de decir, no es fácilmente admisible por cualquier otro. La tolerancia, es el psicoanalista quien puede ofrecerla. Comprenden que esta segunda reducción, la reducción al análisis, esté más bien lo que se pide en el marco de la sintomatología perversa.
La tercera reducción, es la reducción a la paranoia, es lo que un día Lacan ha llamado “el campo paranoico de las psicosis”: la melancolía, o el aún más grave síndrome de Cottard, la esquizofrenia, la megalomanía, el delirio de los inventores, el poeta maldito, el pintor desconocido, etc. Todos esos personajes que tienen una pinta bastante romanesca son sin embargo profundamente anclados en un sufrimiento que hace falta poder reconocer y escuchar, cuando aceptan plantear sus quejas a un psicoanalista, este último debe saber, debe estar informado de que va a ser transformado en un perseguidor. Será un perseguidor que puede dirigir una cura. Eso será una paranoia dirigida, una cura paranoica. Se habrá fabricado una patología artificial, de índole más bien paranoica, en la que el psicoanalista asumirá la responsabilidad del mal, pero evidentemente no sin la complicidad y la inteligencia de los pacientes, su acuerdo: se han enterado del hecho de que lo hace por ellos, es que él acepta de ser alguien supuesto saber cuál fue el origen de su mal y que entonces se convierte en el responsable de ello.
Es un gran riesgo que se asume tomar, al darse la posibilidad de imaginar que estos sujetos acepten no ir demasiado rápido, y ¡no pegarle un tiro al analista! Eso ha acontecido ya que una analista resulte ser la víctima de un paranoico.
Aceptar un psicótico en análisis significa pasar mucho tiempo en fabricar una paranoia artificial y en curarse de ella. Eso no es imposible. Hay una reversibilidad de la forclusión, para hablar como los lacanianos, incluso si son también los psicoanalistas lacanianos quienes dicen que el goce que procura ese género de acto es tan importante que el sujeto no renunciará jamás a eso y que está condenado a tomar medicamentos hasta el fin de sus días para no delirar.
Muy modestamente el psicoanalista se inscribe en falso contra este género de tesis, pero le es necesaria mucha, pero mucha paciencia y tolerancia, le es preciso dedicar tiempo y esfuerzos muy importantes, una hospitalidad aún más grande, una disponibilidad aún más grande para este tipo de sujetos. El trabajo consiste en reducir el campo psicótico a la paranoia que él va a dirigir, intentando aislar al perseguidor, es decir intentando denunciar al psicoanalista aterrador que alberga en si este sujeto.
¡Finalmente somos todos denunciantes del psicoanalista y del psicoanálisis¡ ¡La clínica psicoanalítica es denunciar los crímenes del psicoanálisis!