El desamparo es el estado de dependencia del lactante, que condiciona, seg ún Freud, la omnipotencia de la madre, y el valor particular de la experiencia originaria de satisfacción.
Freud ha insistido a menudo en este estado de dependencia del lactante, en el que él es incapaz de suprimir por sí mismo la tensión ligada a las excitaciones endógenas, como el hambre, u otras. A esta impotencia del recién nacido humano, Freud la llama «estado de desamparo».
Más tarde Lacan aborda esta cuestión del desamparo desde el concepto de la prematuración del ser humano en el momento del nacimiento. El bebé queda expuesto tanto al goce como al deseo del Otro materno.
El deseo de hijo es un deseo inconsciente. El hijo es objeto causa de deseo para las mujeres y son ellas las que operan como objeto causa de deseo para los hombres.
Habría que tratar de diferenciar entre «desear un hijo» y «querer un hijo», expresión que designa una aspiración consciente de portar, de tener o de traer al mundo un hijo. La confusión entre el hijo del deseo inconsciente y el de la aspiración consciente, aun de la voluntad deliberada, es corriente en el discurso común. La expresión «hijo no deseado» se ha convertido en sinónimo inadecuado de hijo accidental, y la de «hijo deseado», en el equivalente de hijo anhelado e incluso calculado.
Desde el punto de vista psicoanalítico, la madre, ese Otro materno que cumple para el hijo las funciones maternas, es el primer objeto amoroso del niño y de la niña, y también el primer objeto de deseo.
La función materna se manifiesta en la realidad como aquella función que realiza los primeros cuidados del infante. El cual es incapaz de satisfacer sus propias necesidades y por lo tanto depende absolutamente de este Otro materno, siendo en este punto donde podemos enlazar esta función de la madre con los términos de desamparo y prematuración ya comentados.
Cuando el niño (bebé, cachorro humano) tiene una sensación en lo Real de su cuerpo, no sabe qué es, no sabe lo que quiere. La madre (la que hace la función materna) con sus palabras le interpreta al niño lo que siente.
El niño grita, la madre dice, ¡tiene hambre!
Ese grito: lo Real, cae para quedar transformado en ¡tiene hambre! Es decir se efectúa un pasaje del grito al llamado.
El niño, con ese poco de Real, que va siendo articulado por las palabras de la madre, va haciendo sus primeros tanteos imaginarios para intentar resolver su propia identidad a través del pasaje por lo que Lacan formuló como «estadio del espejo», asunción jubilosa por parte del niño de la imagen completa de su cuerpo en el espejo, anticipando la propia completud de su yo. Este proceso culminará del lado de lo simbólico con la resolución edípica.
El primer esbozo de lo simbólico lo comentará Freud en la observación en su nieto del juego del Fort-Da, lanzamiento y recuperación de un carrete por fuera de la cuna que el niño significaba con los fonemas Fort-Da. Lacan lo retoma como la oposición significante de presencia ausencia; le permite al niño perder a la madre y ganar el símbolo.
Veamos esquemáticamente el Complejo de Edipo:
Complejo de Edipo en Freud
Cuatro términos:
La función madre
La función hijo
La función padre
El cuarto término es el falo, que surge del tercer término, de la función paterna.
El Complejo de Edipo es mito porque hace a lo universal, y es estructurante porque introduce la prohibición, la interdicción, en la constitución del sujeto humano.
Así el complejo estructura el pasaje de la relación dual madre/niño, a la terceridad mediante la función paterna que a su vez suscita el surgimiento del cuarto término el falo como simbólico.
No se trata tanto de la presencia o ausencia del padre, de un exceso o de una carencia, de su fuerza o su debilidad, se trata de un lugar en el complejo, y su fundamento en este lugar es la prohibición de la madre; prohíbe a la madre directa o indirectamente, y por sus efectos en el inconsciente, suscita la agresividad en el niño que proyecta imaginariamente en el padre. Así surge el temor y la amenaza de castración.
Amenaza imaginaria, que profieren el padre o la madre real (no te toques, no se hace,…, te la vamos a cortar) y que recae sobre un objeto imaginario, el niño se lo imagina.
El Complejo de Edipo declinará en la medida en la que el padre se hace preferir a la madre como portador del falo y conduce a la formación del Ideal del yo. La niña reconoce lo que no tiene y espera recibir del padre y el niño se identifica al padre asumiendo su virilidad.
Este será el punto tope para Freud en el que quedará para la niña un resto de «envidia del pene» y para el niño «la angustia de castración»
Nombre del padre en Lacan
Lacan trata de encarar el impasse freudiano de la salida del Complejo de Edipo mediante la estructuración del proceso en tres tiempos lógicos y no cronológicos.
A la pregunta ¿Qué es el padre? Contesta Lacan diciendo lo que es el padre en la familia, y dice que es una metáfora. Una metáfora es un significante que viene en lugar de otro significante. «La función del padre en el Complejo de Edipo es la de ser un significante que sustituye al primer significante introducido en la simbolización, el significante materno.»
En esa experiencia de la presencia-ausencia de la madre, la cuestión sería-como dice Lacan-cuál es el significado-, como él mismo lo escribe hablando por boca del niño:
«La cuestión es-¿Cuál es el significado? ¿Qué es lo que quiere, ésa? Me encantaría ser yo lo que quiere, pero está claro que no solo me quiere a mí. Le da vueltas a alguna otra cosa. A lo que le da vueltas es a la x (una incógnita), el significado. Y el significado de las idas y venidas de la madre es el falo.»
Como decíamos antes, la función paterna es la de ser un significante que sustituye al significante materno; a este significante paterno Lacan lo llama Nombre del padre y su función será realizar la metáfora paterna, este proceso lo estructura en los tres tiempos lógicos del Edipo.
1º tiempo lógico
Lo constituye la triada niño-falo-madre
El niño se identifica con el objeto de deseo de la madre: es el falo imaginario. Por el hecho de esta identificación en este primer tiempo, contamos hasta dos.
2º tiempo lógico
Viene marcado por la presencia de un cuarto término que ahora será «la función paterna»; función que permite salir al niño del acoplamiento omnipotente materno. Desprende al niño de una identificación al falo imaginario y le transmite la ley, en este tiempo como ley que priva a la madre, constituyéndola como castrada y el padre aparece como siendo el falo. Por este hecho de aparecer el padre como siendo el falo podemos contar hasta tres.
3º tiempo lógico
De este tiempo lógico depende la salida del Edipo.
Aquí el padre interviene como el que tiene el falo y no como el que lo es; no es el falo.
El padre ya no es el privador de la madre, sino el que puede darle lo que desea, porque lo tiene. Es el paso del ser al tener y por lo tanto la probabilidad de tener un deseo que sea formulable en una demanda. Este paso nos permite contar hasta cuatro.
El varón, en la identificación a los emblemas del padre que tiene el falo, constituirá el Ideal del yo que quedará como una reserva para desarrollarse más tarde. A la niña le permitirá dirigirse hacia quien lo tiene.
Para Freud el padre edípico-padre simbólico- es aquel que transmite una ley y se somete a ella. Este sería el padre de la histeria.
En cambio el padre de la horda primitiva-que posee a todas las mujeres y recela de los hijos, es la forma mítica de una fórmula que consagra la castración universal legitimándose él mismo. Es un padre que transmite una ley a la que él no se somete. Este sería el padre de la obsesión.
El padre imaginario, es decir, la imago del padre, a menudo poco tiene que ver con el padre de la realidad, para ilustrar el caso del padre de la obsesión extraigo un pequeño fragmento de la <<Carta al padre>> de Franz Kafka en el que podemos reconocer fácilmente esos rasgos paternos que tanto molestan a los hijos:
<<Lo principal era cortar el pan en rebanadas regulares pero no importaba si tu lo hacías con un cuchillo que chorreaba salsa. Había que cuidar de que no cayesen al suelo restos de comida, pero debajo de ti era donde más los había. En la mesa sólo se podía pensar en comer pero tú te limpiabas o te cortabas las uñas, sacabas punta a lápices, te hurgabas las orejas con mondadientes. Compréndeme, padre, te lo suplico; en el fondo se trataba de detalles insignificantes, pero a mí me resultaban deprimentes por la única razón de que tú mismo, el hombre tan tremendamente decisivo para mí, no observaba los mandamientos que me imponía>>.
Fernando Reyes
Este texto ha sido elaborado en colaboración con Francisco Rodriguez Inchausti, para ser leído en la Mesa Redonda que con el título genérico «Padres e hijos» tuvo lugar en Pamplona el 27 de junio de 2009, inserta en el ciclo de conferencias que organizó Espacio Psicoanalítico de Pamplona para el curso 2008-2009.